Dinámica de paredes de dominio en películas magnéticas ultradelgadas
- 2025-04-24 14:00 |
- Aula Federman
Museo de Física, FCEyN, UBA
Proyecto Museo del Departamento de Física, FCEyN, UBA
Pieza # 091
El
castigo
de
Tántalo
remeda
la
cena
que
determinó
su
confinamiento
definitivo
en
el
inmenso
asilo
de
las
almas
que
Plutón
gobierna
bajo
la
tierra.
La
cena
se
realizó
un
día
en
que
Tántalo
convidó
a
sus
amigos
los
dioses
a
un
gran
banquete
en
su
palacio.
Todos
los
inmortales
del
Olimpo,
comparecieron.
No
imaginaban
las
malas
intenciones
de
Tántalo
rey
de
Frigia,
a
pesar
de
las
innumerables
faltas
por
este
cometidas.
Una
vez
había
revelado
a
sus
amigos
mortales
conversaciones
que
eran
del
exclusivo
interés
de
los
dioses.
En
otra
ocasión
robó
néctar
y
ambrosía
(bebida
y
comida
de
los
dioses)
para
deleitar
a
sus
concubinas.
Y
en
cuanto
al
perro
de
Júpiter,
que
le
había
pedido
prestado
a
Mercurio,
Tántalo
no
se
molestaba
en
devolverlo.
Parecía
que
ese
acomodado
e
irreverente
señor
de
la
Tierra
quería
jugar
con
los
dioses.
Apetitosas
y
humeantes,
las
fuentes
de
vituallas
atravesaban
el
salón
en
todas
direcciones.
Criados
engalanados
colocaban
en
los
platos
de
los
divinos
comensales
enormes
porciones
de
carne
rosada.
No
se
daban
cuenta
de
que
involuntariamente,
se
hacían
cómplices
de
un
doble
crimen.
Se
percibía
sin
embargo,
una
atmósfera
sospechosa.
La
mirada
de
Tántalo
revelaba
intenciones
malvadas.
Los
inmortales
contemplaban
sus
platos
sin
moverse.
Sólo
Ceres,
sin
darse
cuenta
de
nada,
se
sirvió
de
su
porción
con
gesto
delicado.
Pero
al
probar
el
alimento
se
dio
cuenta
de
que
era
carne
humana:
la
de
un
omóplato.
Los
dioses
se
levantaron
indignados.
Era
la
última
broma
del
rey
de
Frigia.
Broma
trágica
además:
el
cuerpo
servido
en
el
banquete
pertenecía
al
propio
hijo
del
anfitrión.
Era
un
crimen
digno
de
la
furia
implacable
de
las
Erinias.
Además
de
un
desafío
a
la
paciencia
y
la
sabiduría
de
los
inmortales.
Homicidio
y
sacrilegio.
Castigo:
el
Tártaro.
Para
Tártaro,
el
infierno
es
un
inmenso
lago.
Con
agua
hasta
las
rodillas,
el
condenado
no
puede
saciar
su
eterna
sed,
pues
el
liquido
le
resbala
de
la
boca,
rehusándose
a
humedecerle
la
garganta.
Rodeado
de
árboles
cargados
de
frutas,
no
puede
aplacar
el
hambre
pues
las
ramas
se
le
escapan
de
las
manos.
Y
Tántalo
sueña
con
asados
y
néctares,
dispuestos
en
una
gran
mesa
preparada
sólo
para
él.
Pero
nunca
los
podrá
alcanzar
por
mas
que
se
esfuerce.
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